Sobre
lo que algunos llaman progreso
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[05/05/08 | 11:19 h.]
Fernando
Merodio, Rosa Sánchez y Emilio Martínez Tielve
«Progreso. Acción de ir hacia delante. 2. Avance, adelanto,
perfeccionamiento» (Diccionario de la Lengua Española).
Desde hace veinte años y solo con argumentos legales, un heterogéneo
grupo de vecinos de nuestra región impide que todo el poder de las
empresas eléctricas, los bancos y las administraciones central y autonómica
sea suficiente para implantar de forma ilegal una línea eléctrica a
400.000 voltios que pretende atravesar Cantabria en línea recta de este a
oeste. Sentencias de diversos tribunales, incluido el de las Comunidades
Europeas, han declarado la ilegalidad de la línea y de la actuación del
Reino de España, hasta convertir la lucha de esos vecinos en un hito
ejemplar en la desigual e histórica lucha del querer contra el poder.
En esa lucha han sido especialmente beligerantes, además de los ricos,
los políticos locales y algún medio, que siempre han falseado los
supuestos y graves riesgos que para lo que ellos llaman el progreso de
nuestra región supone lo que también ellos consideran la incultura y los
remilgos, incluso el egoísmo de los vecinos. No contentos con ello, se
esfuerzan en impedir con reiteración digna de mejor causa que esos
vecinos ejerciten su derecho a hacer públicas sus opiniones al respecto;
consideran, sin duda, que la actitud de estos es un mal ejemplo y,
seguramente por ello, los silencian y llegan a decirles, 'a cara de
perro', unos, que se presenten a las elecciones y, los otros, que la
libertad de expresión y el derecho a la información ceden ante la libre
empresa, o sea que son los propietarios de los medios, y sus políticos
afines, solo ellos, quienes pueden decir lo que les convenga.
No parece gustar a los políticos y a quienes opinan y editorializan de
tal forma algo tan simple como que alguien exija a quienes ejecutan,
administran y se lucran con las infraestructuras eléctricas que respeten
la ley y minimicen los importantes impactos de monstruosas
infraestructuras de más que dudosa necesidad en la calidad de vida, la
economía, la salud... de los afectados. Lo presentan, ya hemos dicho,
como la vuelta a las cavernas, una forma de incultura o, cuando menos, un
excesivo remilgo sin justificación razonable.
Y toda vez que progreso, cultura, razón,... son conceptos manipulables,
su utilización manipulada por quienes disponen del poder para hacerlo con
machacona insistencia sirve para argumentar las mayores aberraciones y
puede acabar convenciendo a capas importantes de la sociedad de que tienen
razón. Son muchos los conceptos socioculturales, económicos, científicos,...
que, atendiendo al interés más general, habría que definir con precisión
para que un debate sobre tema tan serio resultara honesto y, a partir de
ello, fructífero para una mayoría. No miserablemente útil para esa
minoría que, desde su poder, manipula el lenguaje y nos impone
posteriormente su utilización como a ella conviene.
Para alcanzar esa pactada precisión conceptual, desde el poco exigente ámbito
de la critica social que, entre otros, defiende Hannah Arendt, demandamos
de nuestros opositores en este concreto debate que reconozcan, sin
condicionantes de ningún tipo, la necesidad de someter el lenguaje a las
normas generalmente aceptadas del Estado de Derecho. O, lo que es lo
mismo, que para hablar de progreso reconozcamos todos que es preciso,
cuando menos, transitar por el camino de lo que el contrato social ha
hecho ley y que, como consecuencia de ello, no se pueda negar la razón a
quienes exijan el cumplimiento de esa ley con la que, según está
generalmente aceptado, nuestros dirigentes dicen pretender hacernos
adelantar, avanzar, progresar. Y ello en base a que, como decía Arendt,
las leyes no solamente designan «las fronteras entre el interés público
y el privado, sino también la descripción de las relaciones entre los
ciudadanos».
Pese a ser tan pequeña y razonable nuestra exigencia de partida,
adelantamos dudas, por experiencia y método, acerca de la posibilidad de
consensuar con nuestros detractores lo que son el progreso, el retroceso,
la barbarie, la cultura, la incultura, la razón, la sinrazón,... en el
caso de la implantación de agresivas infraestructuras eléctricas. Tal es
la distancia que existe entre sus poderes y los quereres de los vecinos y
tan grande la dificultad de que quereres y poderes circulen por el mismo
carril y busquen lo mismo ¿Conocemos como se las gastan cuando, desde su
injusto poder, tratan de poner mordaza a las ideas de otros!
Coincidimos con John Berger que, en «Puerca tierra», atribuye una clara
forma de superioridad a la vida de aquellos que se mantienen en relación
directa con esa tierra, sus frutos y animales. Ellos son los que se
fatigan y permiten que el resto nos aprovechamos de sus fatigas. A partir
de tal pensamiento, intentamos que, en el poco probable momento en que la
poderosa minoría de quienes han gobernado, opinado y editorializado como
hemos dicho acepten las normas de Estado de Derecho y nos dejen espacio
para opinar o, todavía mejor, cuando se presten a debatir en público con
quienes, desde nuestra aparentemente débil pero amplia mayoría, de forma
razonable, razonada y tozuda, sostenemos lo contrario que ellos, podamos
explicar al resto nuestro concepto de progreso, razón, cultura... Tal
situación constituiría, por nuestra parte, un mínimo homenaje a
aquellos que, con enormes fatigas y durante siglos, nos han legado todo lo
que de razonable, culto y progresivo hoy tenemos.
Postdata sobre perversión del lenguaje. Piensen los interesados en la
materia en el tratamiento informativo que reciben los esfuerzos de Arca en
una dirección similar a la de los vecinos de este artículo o las
referencias sobre la valorización (¿) de residuos que en Mataporquera
pretende llevar a efecto la cementera Alfa y traten de encontrar algo de
sana lógica en las críticas a la asociación ecologista o algún atisbo
razonable en la defensa de las ventajas de la incineración (en una zona
tan habitada, tan bella, tan necesitada de cuidados como es Valdeolea y
Campoo) de productos muy tóxicos, nocivos y peligrosos para producir (más
barato) el cemento.
Harán con ello un magnífico ejercicio para entender cómo, utilizando de
forma adecua las palabras, se puede hablar/escribir para que nadie
entienda nada. Sobre todo si, previamente, se ha matado al mensajero que
molesta.
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